jueves, 27 de mayo de 2021

Peronismo vs. peronismo sin Perón

 La verdad sobre el enfrentamiento entre Perón y Vandor”



El antiperonismo sigue sosteniendo de forma mal intencionada que el General Perón ordenó la muerte de Augusto Timoteo Vandor y hacen referencia en una carta que el General le envió al dirigente sindical José Alonso. 

La misma dice:

Al Señor José Alonso

Mi querido amigo:

"Acabo de recibir sus cartas del 21 y 26 de enero que me traen la mayor tranquilidad y me alegro que usted haya decidido empeñar batalla. Junto con esta le escribo a Isabelita diciéndole lo mismo y felicitándola por la decisión de suspender las giras y trasladarse a Buenos Aires para poder atender lo necesario a esta lucha, pensando que al enemigo principal hay que atenderlo con los medios y las preocupaciones principales, dejando sólo los medios secundarios para atender a los enemigos secundarios. Este es el principio estratégico de la conducción que nunca debe olvidarse. En esta lucha, como bien lo ha apreciado usted, el enemigo principal es Vandor y su trenza, pues a ellos hay que darles con todo y a la cabeza, sin tregua ni cuartel. En política no se puede herir, hay que matar.

Porque un tipo con la pata rota hay que ver el daño que puede hacer. Ahora, según las circunstancias, hay que elegir las formas de ejecución que mejor convengan a la situación y ejecutarlas de una vez y para siempre. Usted contará para ello con todo mi apoyo y si es preciso que yo expulse a Vandor por una resolución del Comando Superior lo haré sin titubear, pero es siempre mejor que, tratándose de un dirigente sindical, sean los organismos los que lo ejecuten. Si fuera un dirigente político, no tenga la menor duda que yo ya lo habría liquidado.

Me alegra mucho que Usted se haya conectado definitivamente con Isabelita, porque así pueden los dos actuar coordinadamente en la rama sindical por su parte y en la rama política por la de ella. Todo depende de cómo se resuelvan las cosas allí. Existen otras trenzas pero ellas por ahora no deben interesar: hay que destruir la de Vandor y cuando esto se haya logrado, habrá llegado la hora de las otras que, por ahora son favorables a lo que nosotros mismos estamos elaborando. Hay que utilizar a todos en la batalla principal, sin que ello quiera decir que se apañan roscas o trenzas que, con el tiempo, pueden darnos los mismos dolores de cabeza que la de Vandor.

Yo sé que Usted es de cabeza fría y eso es lo que se necesita por ahora. Hay que planificar rápidamente y ejecutar lentamente conduciendo las cosas como mejor convenga, teniendo en cuenta que, en política, no siempre la línea recta es el camino más corto, porque este no es asunto de la geometría. La verdadera obra de arte no está en el planeamiento de la acción sino en la ejecución de la misma. Es allí donde no debe faltar la voluntad inquebrantable de alcanzar los objetivos, porque en esta lucha de voluntades contrapuestas, suele vencer la voluntad más fuerte y el carácter más perseverante.

Isabelita, como buena principiante, puede tener sus altibajos, sus amarguras momentáneas, sus arranques de abandono y sus desfallecimientos naturales en una lucha enconada y difícil como ésta. Por eso le pido que le levante el ánimo y la persuada de la necesidad de no aflojar, aunque venga degollando, y que de nada vale desesperarse o enojarse. Lo difícil de la lucha política es siempre dominarse a uno mismo y saberse tragar el sapo todos los días. Aguantar hasta que se esté en condiciones de romper y luego sí romper todo de un solo golpe. Pero todo es cuestión de minuciosa preparación, de tener buenos nervios y saber esperar, elegir el momento de la decisión y allí jugar el todo por el todo.

Las grandes victorias se alcanzan en las más comprometidas situaciones. Las situaciones fáciles culminan con victorias a lo Pirro, generalmente. Usted puede tener la más absoluta seguridad que lo que hagan ustedes allí contará con el apoyo más decidido de mi parte y puede transmitir a los compañeros que se juegan en este partido con nosotros que no deben dudar que lo que ustedes hagan allí será lo definitivo y que no habrá de mi parte marcha atrás aunque se deba romper con todo y mandar todo al diablo. Esta batalla ha de ser definitiva y para que quede un ejemplo que desanime a los que quieran imitar las trenzas del tipo Vandor.

Yo sé que, pese a mi función de Padre Eterno, hay momentos en que hay que proceder con firmeza, como a veces hace el propio Padre Eterno cuando están en juego los principios y los objetivos. Esta vez no habrá lástima, ni habrá audiencias, ni habrá viajes a Madrid, ni nada parecido. Deberá haber solución y definitiva, sin consultas, como Ustedes lo resuelvan allí. Esa es mi palabra y Usted sabe que "Perón cumple".

Saludos a María Luisa y a los pibes.

Juan Perón.

De la carta se desprende claramente que Perón hablaba de destruir a Vandor “políticamente”.

El General Perón escribió esta carta desde Madrid un 27/01/1966. Luego envió a Isabel a Argentina para reorganizar el movimiento dado que los mayores cuadros estaban presos, en la clandestinidad y muchos lamentablemente se habían pasado a las filas enemigas.

Los denominados "neoperonistas", espacios provinciales que participaban en las elecciones con otras denominaciones para esquivar la proscripción habían dejado de ser fieles al General, desde ya ocultaron su traición detrás del ardid que decía: “es un disimulo para evadir la proscripción y poder participar de las elecciones”. Esos “neoperonistas” tenían un jefe: Augusto Timoteo Vandor, el que quiso “construir un peronismo sin Perón”.

El jefe metalúrgico se había robado el aparato político del partido. En las elecciones legislativas del 14/03/1965, a través de "Unión Popular", obtuvo más votos que la suma del oficialismo radical (UCRP y la UCRI). Pero la victoria no era suya, el pueblo votaba a Perón, cosa que Augusto Timoteo nunca supo ver. Vandor no tenía un discurso doctrinario ni una ideología precisa. Pero controlaba los sindicatos, el aparato mejor organizado del peronismo desde la caída de Perón en 1955. La única estructura que había sobrevivido a la Revolución Libertadora, a la cárcel y a la persecución a los que fueron sometidos miles de dirigentes obreros y políticos.




Su estrategia política se basó en la negociación con empresarios y el gobierno radical. Vandor, a través de tejes y manejes se convirtió en el poder real del peronismo en Argentina. No lo logró en base a una brillantez política, más que nada tenía una gran habilidad para el arribismo.

Vandor tenía un proyecto autónomo al de Perón, aunque declamara respetar las banderas del peronismo y el legado del General.

El General se dio cuenta y entró en acción, envió a Isabel a Argentina, quien arribó al país el 10/10/1965.

El gobierno radical intentó expulsarla, argumentando que su presencia atentaba contra la paz social, pero no encontraron argumentos legales para hacerlo. Perón tenía prohibida la entrada al país ¿Pero qué cargos podrían pesar sobre su esposa Isabel? Ninguno...

La echaron del hotel ( Alvear Palace) por las quejas de los pasajeros. Isabel peregrinó por distintas casas del conurbano y la ciudad, de manera clandestina. La hospedaron en Caseros, San Telmo y Vicente López.

Estaba previsto que Isabel presidiera el acto del 17 de octubre en Parque Patricios, luego de dos décadas de que Perón estableciera su vínculo con los trabajadores en la Plaza de Mayo. Sería la primera aparición pública de Isabel en la escena peronista, pero Illia lo impidió cercando los accesos con la guardia de infantería. Hasta rodeó la residencia en donde ella se alojaba con 300 policías, perros y varios móviles policiales. 

Para protegerla, en una maniobra de distracción, la custodia juvenil le puso una peluca, la hicieron saltar paredes, y la refugiaron en un hotel alojamiento, simulando ser la pareja de un joven. Isabel tenía siempre un arma corta en la cartera, lista para usar.

Finalmente el acto fue frustrado por la policía, que dispersó a los manifestantes con gases.

De manera provisoria, Isabel fue alojada en la casa del mayor Bernardo Alberte, ex edecán de Perón. Fue allí en donde Isabel conoció a López Rega.

Finalmente Isabel llegó a Córdoba y a otras provincias, visitó delegaciones gremiales, bautizó niños, saludó a obispos, pidió minutos de silencio a la memoria de Evita y habló en actos callejeros espontáneos.

Logró una endeble paz con Vandor que duró hasta enero de 1966 el General decidió lanzar su ataque al secretario general de la UOM.



En los primeros días enero de 1966, Isabel tuvo a Vandor varias horas en el hall del Hotel D'Ambra a la espera de una reunión. No lo recibió. El día 6/01 Perón descabezó la Junta Coordinadora Nacional, el máximo organismo del Movimiento, que respondía a Vandor y lo sustituyó por un "Comando Delegado" que eligió el mismo. Luego atacó el flanco gremial e impulsó la rebelión interna dentro del sindicalismo.




El Secretario de la CGT y titular del sindicato del Vestido, José Alonso, acusó públicamente a Vandor de contradecir las directivas de Perón, agrupó a una cantidad de gremios y dirigentes leales a el y así nacieron las "62 Organizaciones de pie junto a Perón". Vandor contraatacó a través de un plenario de la CGT, echó a Alonso y le juró lealtad a Perón. Pero ya no había posibilidad de reconciliación alguna.

A fines de enero de 1966, Perón hizo pública la carta arriba citada.

Utilizó una estrategia brillante, evitar el combate directo, desentenderse del enfrentamiento dentro del sindicalismo y actuar de árbitro.

El gobierno de Illia aprovechó en conflicto interno dentro del peronismo y lanzó un decreto que promovía la democracia interna en los gremios y fragmentaba el poder financiero de las obras sociales.

En marzo de 1966, Perón le dio otro golpe político maestro a Vandor. Desafió a los dirigentes a definirse con claridad y apoyó la candidatura de Enrique Corvalán Nanclares para la gobernación de Mendoza, luego de que Vandor proclamara su adhesión a su contrincante, Alberto Serú García.




Isabel intimó a las 62 Organizaciones a acatar la orden de Madrid, pero Vandor la desoyó. Ante la sordera de Augusto Timoteo, Isabel cumpliendo la orden del General, se puso al frente de la campaña electoral y viajó a Mendoza para atraer dirigentes de base y realizar actos públicos a favor de Corvalán Nanclares. El sindicalista Alonso la acompañó en toda la gira por la provincia. El enfrentamiento con Vandor ahora tomaba un sesgo político-electoral.

Perón, en cambio, siguió utilizando los medios tradicionales para la campaña electoral. Envío una cinta grabada en la que llamó a los peronistas a acompañarlo. El mensaje que se transmitió una y otra vez por radio y televisión en toda la provincia, a pesar de las restricciones que impedían su participación.




Finalmente, aunque no alcanzó la gobernación, el candidato de Perón superó al elegido por Vandor. La gobernación no importaba en realidad, la victoria que importaba era sobre Vandor.

Augusto Timoteo entendió el mensaje que le dieron las urnas y dejo de lado la idea de formar “un partido de masas sin Perón” y se arrepintió de haber desobedecido sus órdenes.

En marzo de 1969 Vandor mantuvo una reunión secreta con Perón en Puerta de Hierro en donde pidió perdón por su desmedida ambición y se encolumnó nuevamente bajo la conducción del General. Igualmente su suerte estaba echada, por obra y gracia la propia ambición de Vandor.

Es una absoluta falacia la que sostiene que Perón fue el que dio la orden de matarlo, de hecho el General le advirtió lo que podría sucederle cuando le dijo: “'A usted lo matan, se ha metido en un lío. Lo matan unos o lo matan otros. '¡Hágame el favor! Ahora usted está entre la espada y la pared. Si usted le falla al Movimiento, el Movimiento lo va a matar y si usted le falla a los norteamericanos, la CIA lo va a mata”.

La reacción de Augusto Timoteo ante las palabras del General fue llorar.

El General en un reportaje que le dio al Diario Mayoría en 1971 y publicado por El Descamisado en 1974, contó que  Vandor había aceptado dinero de la embajada norteamericana y creía que lograría manejar o engañar a los norteamericanos.

El 30/06/1969 Augusto Timoteo Vandor fue asesinado en la sede de la UOM. Un grupo comando a cara descubierta ingresó al edificio, subió hasta el primer piso, lo acribilló a balazos en su despacho y dejó una granada que finalmente no estalló.




¿Quiénes fueron? ¿La CIA o un sector del Movimiento que lo vio como un traidor por su intento de construir un peronismo sin Perón?

Nunca lo sabremos realmente.



martes, 25 de mayo de 2021

De esclavos a amos

Liberia, el país fallido de los libertos”


En 1818 miembros la Sociedad Estadounidense de Colonización arribaron a la costa de África occidental para encontrar un sitio adecuado para un futuro asentamiento de libertos afro-estadounidenses. La tripulación desembarcó en África con un proyecto que sería la génesis de la actual Liberia.




En 1822, Robert Stockton de la ACS adquirió un territorio de casi 100 km que se extendía a lo largo de la costa entre los ríos Mesurado y Junk. El terreno les fue comprado “a mano armada” a los jefes de las tribus dey y bassa, 2 de las 16 que habitaban la zona, a cambio de baratijas, un barril de ron y otro de pólvora, seis mosquetes y algunos artículos más, una verdadera bicoca.

Una vez que fue comprado el territorio, desembarcaron los primeros libertos provenientes de Estados Unidos en un asentamiento próximo a la actual capital. Los años siguientes estuvieron marcados por la expansión del terreno inicial y los conflictos con otras tribus locales, hostiles a los asentamientos.

Fundada en 1816, la ACS estaba compuesta por prominentes filántropos, humanistas y hombres de religión cuya misión era promover el asentamiento en África de las “personas de color libres”. Sin embargo, no todos los miembros consideraban la misión de la ACS una empresa moral. Para algunos integrantes la cuestión versaba sobre el bienestar de los africanos rescatados de barcos esclavistas y la restitución de las injusticias sufridas por los afro-estadounidenses, pero otros consideraron que la existencia de un número cada vez más elevado de libertos negros en Estados Unidos podía suponer “una amenaza para la inmensamente" mayoritaria población blanca norteamericana.

El proyecto de la ACS se vio favorecido por el contexto sociopolítico estadounidense. La prohibición del comercio de esclavos en Reino Unido y en Estados Unidos, la marina norteamericana comenzó a vigilar la costa occidental africana y aguas estadounidenses para capturar barcos con esclavos. Una vez rescatados, eran enviados a Estados Unidos, donde permanecían bajo custodia del gobierno hasta ser transportados de nuevo a África, en concreto a la actual Liberia.

El territorio de lo que hoy se conoce como Liberia se encontraba principalmente ocupado por una densa selva tropical y habitado por tribus pequeñas y desorganizadas. La nueva comunidad de libertos no fue bien recibida por la población local y la relación entre ambas se tornó hostil desde el comienzo. Los conflictos y las dificultades para internarse en las profundidades del territorio llevaron a los libertos a instalarse en la costa, donde contaban con la protección de la marina estadounidense y donde fundaron la capital del país, Monrovia, en honor al presidente estadounidense James Monroe.

La afluencia de barcos con libertos en las décadas siguientes fue limitada, llevando solo 15.000 libertos a Liberia, por lo que los colonos comenzaron a ser una clara minoría (menos del 3% de la población) cuando en 1847 se proclamó la independencia de la República de Liberia. El nombre escogido hacía honor a la tierra como una de “hombres libres”, idea reafirmada en el lema nacional: “El amor por la libertad nos trajo aquí”. Las propias bases ideológicas sobre las que se fundó el Estado giraban en torno a los colonizadores, que pasaron a ser denominados “américo-liberianos”, con lo que se excluía a los aborígenes de la identidad nacional.

Para entonces, Liberia consistía en una variedad de colonias fundadas por sociedades colonizadoras promovidas por diversos estados de Estados Unidos (Maryland, Virginia, Pensilvania o Misisipi) tras el éxito de la ACS. En 1838 varias de estas colonias se unieron para formar la Mancomunidad de Liberia, con un gobernador designado por la ACS y una Constitución propia. El virginiano Joseph Jenkins Roberts se convertiría en el primer gobernador negro en 1841 y posteriormente sería el primer presidente de Liberia tras la independencia del país.

Los cimientos sobre los que se construyó el nuevo Estado eran una réplica del sur de Estados Unidos e ignoraron por completo las características de la población nativa. Los américo-liberianos demostraban su "actitud civilizada" vistiendo a la usanza de la élite estadounidense sureña: los hombres vestían trajes de frac, guantes blancos y sombreros y las mujeres pelucas blancas. Sus casas eran réplicas de las mansiones sureñas rodeadas por las plantaciones de algodón y su religión, la baptista y metodista. Sin embargo, también integraron algunos elementos de la cultura caribeña debido a la presencia de libertos procedentes de lugares como Barbados o Jamaica.

Los américo-liberianos trazaron un sistema político y social a imagen y semejanza del de Estados Unidos. La Constitución de 1847 fue redactada con la ayuda de Simon Greenleaf, profesor de Derecho en Harvard, siguiendo el modelo de la estadounidense. Así, se estableció una república presidencialista con el inglés como lengua oficial y dividida administrativamente en condados, algunos con el mismo nombre de los estadounidenses como Maryland. Incluso la bandera siguió un diseño muy similar a la estadounidense.




A pesar de ser nominalmente democrático, el gobierno se regio por un sistema de partido único durante más de un siglo: el Partido Whig, fundado en 1869, que monopolizó el poder desde 1877 hasta 1980. Mientras que el Partido Republicano de tendencia liberal y progresista contaba generalmente con el apoyo de los mulatos, los negros emancipados eran generalmente partidarios del Partido Whig, más nacionalista y conservador.

Desde el comienzo, la relación entre la comunidad recién llegada y los habitantes autóctonos estuvo marcada por la hostilidad y el distanciamiento. Con la densa selva actuando como una barrera natural entre los colonos y los “aborígenes” (así llamaron los libertos a los habitantes nativos), durante las primeras décadas el contacto sería limitado y la expansión y control efectivo de las zonas interiores del país, muy lenta. Junto al sistema sociopolítico estadounidense, los américo-liberianos exportaron al nuevo país el sistema de exclusión del que ellos mismos habían sido víctimas, con lo que se convertían en la reducida élite esclavista de un dominio que extendieron por todo el territorio.

La nueva estructura estatal dejaba totalmente al margen a la población nativa. Las leyes promulgadas por los libertos estadounidenses solo los reconocían a ellos como ciudadanos del país, los tribesmen u ‘hombres tribales’, el 95% de la población, no tenían derecho a participar en el gobierno. Los américo-liberianos implantaron un sistema de segregación que discriminaba los matrimonios mixtos y la cultura nativa. Asignaron un territorio delimitado a cada una de las 16 tribus autóctonas y cualquier tipo de oposición a su dominio era salvajemente reprimido. En las guerras e incursiones al interior, los colonos se proveían de esclavos que empleaban como mano de obra o vendían a otras colonias, como por ejemplo las Guayanas.

Aunque la Constitución de 1847 prohibió la esclavitud, en el país se instauró un sistema de trabajo forzado esclavista. La Constitución también distinguía entre “personas de color” (los américo-liberianos) y “aborígenes” (nativos), base legal para la exclusión de la mayoría de la población. El texto original de la Constitución liberiana estipuló: “Nadie que no sea una persona de color será admitido como ciudadano de esta república y solo los varones mayores de 21 años con propiedades tendrán derecho al sufragio”. Ninguna sección de la carta magna recogía que los nativos se pudiesen convertir en ciudadanos.

Durante el primer siglo de existencia de la república, los américo-liberianos coparon las instituciones políticas, económicas, sociales y culturales del país. El sistema de segregación y de asimilación cultural derivó en una sociedad estratificada donde las posibilidades de ascenso de los nativos se mantuvieron muy limitadas. Los propios américo-liberianos estaban divididos por el sistema de estratificación importado desde Estados Unidos. Los mulatos se situaban en la cúspide de la pirámide social, normalmente en puestos oficiales, los seguían los antiguos esclavos negros, en su mayoría obreros y granjeros. Entre ellos y los nativos se encontraban los "recautivos" africanos que habían sido rescatados por la marina estadounidense mientras se los transportaba ilegalmente a Estados Unidos y que habían sido repatriados a Liberia.

Esta estratificación de la sociedad afectaba a todos los ámbitos de la sociedad: matrimonio, acceso a la universidad o lugar de residencia. También tuvo su reflejo en la política nacional: durante el Gobierno del Partido Republicano, los mulatos disfrutaron de una situación de privilegio que se vio mermada tras la llegada al poder de los Whigs, más favorables a los negros y recautivos. Se implantó el mismo sistema de segregación racial que los afrikáners implantarían luego en Sudáfrica, en realidad el apartheid fue inventado por los colonos liberianos. Al igual que la Sudáfrica afrikáner, Liberia estuvo dominada durante más de un siglo por una reducida élite que se consideraba a sí misma “más civilizada” que los africanos de las tribus nativas. Como ocurrió en Sudáfrica, este régimen de dominación y discriminación terminó provocando violentas revueltas por parte del grupo mayoritario de la población.

La situación de pobreza y exclusión política fue el caldo de cultivo para alimentar la tensión entre la reducida élite américo-liberiana y los africanos nativos. La discriminación institucionalizada se mantuvo durante las siguientes décadas: los liberianos nativos no fueron reconocidos como ciudadanos hasta 1904 y no recibieron el derecho a votar hasta 1946, la minoría américo-liberiana seguía poseyendo más de la mitad de la riqueza nacional. La situación de tensión y desigualdad acabó derivando a finales de siglo en las dos guerras civiles que han asolado Liberia, dos de los conflictos más violentos ocurridos en África y que dejaron un destrozado y dividido, como mas de 250.000 muertos y mas de 1 millón de desplazados. 

Paulatinamente, se intentaron implementar medidas para paliar el sistema de exclusión. El primer esfuerzo vino de la mano del presidente William Tubman, quien introdujo en 1944 la Política de Unificación con el objeto de incorporar a los africanos nativos a la vida política. A pesar de estos primeros y timoratos intentos de integrar a los nativos, la disparidad en la distribución de la riqueza y en el acceso a los servicios públicos siguió prevaleciendo el profundo malestar de la población nativa.




Los américo-liberianos coparon la élite política, económica y social del país hasta el golpe de Estado de 1980, cuando el sargento Samuel Doe se convirtió en el primer presidente descendiente de liberianos nativos. La corrupción, represión y mala gestión de la dictadura de Doe acabaron con las esperanzas de quienes tuvieron esperanzas en el inicio de una nueva era para Liberia en la que la mayoría de la población, históricamente reprimida, se vería finalmente beneficiada.

Doe dominaría el país hasta el estallido de la primera guerra civil liberiana en 1989, donde fue secuestrado y asesinado en una ejecución pública y televisada por miembros del Frente Patriótico de Liberia, liderado por Charles Taylor. 




A raíz de las luchas por el poder de diferentes grupos tribales, la mala gestión del país a manos de Doe y numerosos desastres naturales, la década de los 90 estuvo caracterizada por la inestabilidad, la violencia y una debacle económica, un panorama muy diferente de la prosperidad que había caracterizado a Liberia durante el siglo XIX y la mayoría de XX. El PBI cayó en picada: pasó de superar los USD 1.000 millones en 1988 a diez veces menos para mediados de la década de los 90. Para colmo de males estalló una segunda guerra civil que asolaría el país entre 1997 y 2003 cuando diversos grupos se alzaron contra el presidente y señor de la guerra Taylor, quién luego fuera juzgado por crímenes contra la humanidad por su apoyo a rebeldes de Sierra Leona durante la guerra civil en ese país, a quienes les proveyó armas con las que realizaron inimaginables masacres.




Liberia, a pesar de haber sido fundada por libertos afro-estadounidenses, instauró un sistema de estratificación social y segregación que excluyó a la mayoría nativa de la riqueza nacional y de las instituciones sociales y políticas. Esta situación de discriminación institucionalizada, prolongada a lo largo de más de un siglo, segmentó a la sociedad e instauró la violencia que finalmente produjo el colapso del país.




Las décadas de guerra civil han provocado el desplazamiento de cientos de miles de refugiados tanto en el interior del país como a países vecinos e incluso a los Estados Unidos. Liberia se ha visto azotada durante años por la violencia sexual, crímenes de guerra, el uso de niños soldados y el dominio de señores de la guerra.




En 2003 se produjo una inédita y providencial oleada de movilizaciones feministas, el movimiento "Acción Masiva por la Paz de las Mujeres de Liberia", que puso fin a la guerra en 2003 y llevó a las mujeres a puestos de poder. Ellen Johnson-Sirleaf se convirtió así en la primera presidenta en África. Bajo su Gobierno, de 2005 a 2017, se han cerrado heridas, acortado brechas y dado grandes pasos para restaurar la paz en el país. Aunque se está avanzando, el camino hacia la paz en Liberia sigue siendo sinuoso, la paz sigue siendo frágil y todavía queda mucho trabajo de reconciliación por hacer. Cómo se desarrolle este proceso resultará clave para el futuro de Liberia.




domingo, 16 de mayo de 2021

La conquista de Constantinopla

 

Fatih Mehmet II, el hombre que conquistó el paso entre dos mundos”






El 6 de abril de 1453, avanzó el más temido de los ejércitos de la época al compás de redoblantes, tambores y trompetas que asustaron al mismísimo Dios. Al frente de esos hombres invendibles estaba el sultán Mehmet II, quién se presentó ante las murallas de Constantinopla y acampó frente a la puerta de San Romano.



En primera instancia el sultán envió al ataque a los bashi-bazouks (mercenarios albaneses y kurdos) y a parte de las fuerzas regulares turcas. Los defensores bizantinos repelieron varias de estas primeras incursiones.. Pero Mehmet estaba decidido, y la prueba de su firmeza la dio cuando en un golpe de efecto tremendo para los sitiados, transportó por tierra, sobre plataformas rodantes, a unos setenta barcos de su flamante flota para acometer las defensas del Cuerno de Oro, hasta entonces cerradas desde el mar por una gruesa cadena.




El 23 de mayo en la tienda de campaña del sultán se decidió la fecha del asalto general: el ataque a gran escala tendría lugar el martes 29 de mayo, al amanecer. Sin pérdida de tiempo, los soldados turcos se pusieron a blandir sus escudos, mientras los grandes cañones otomanos seguían destrozando las enormes murallas de Constantinopla, derribando grandes trozos de mampostería.




Cuando llegó el día señalado, los redoblantes, tambores y trompetas hicieron estallar lo que que quedaba del mundo antiguo. Unos 100.000 bashi-bazouks arremetieron contra las fortificaciones pero fueron destrozados por el fuego griego. El segundo asalto, realizado con tropas de línea, tampoco pudo hacer pie en lo alto de las almenas. Cuando Mehmet mandó a los jenízaros, las tropas del élite otomanas, en la tercera oleada, las defensas bizantinas flaquearon, titubearon y finalmente se desmoronaron. En quince minutos, unos 30.000 turcos penetraron en la gran ciudad cristiana y empezaron a masacrar a hombres, niños y mujeres sin distinción.




Por la tarde, después de 53 días de sangrienta lucha, Mehmet hizo su entrada triunfal, vitoreado frenéticamente por sus soldados. En el camino de Santa Sofía hacia el palacio imperial, preguntó con insistencia por Constantino XI, el último emperador de la invencible ciudad. Dos hombres le mostraron una cabeza que algunos griegos habían identificado como la del emperador, pero nunca pudo comprobarse que fuera la del monarca, quién había desaparecido combatiendo heroicamente contra los jenízaros. Ya en el palacio, caminando por las desoladas salas, recitó algunos versos de un poema persa que decía: “La araña ha tejido su tela en el palacio imperial y el búho ha cantado su canción de vigilia en las torres de Afrasiab”.




Finalizada la gran batalla, Constantinopla había quedado devastada. Los cuerpos de los combatientes muertos yacían regados por todas las calles, apiñados o dispersos.. La sangre había formado verdaderos lagos y en las partes bajas de la ciudad, se escurría zigzagueando entre la inmundicia y los cadáveres hacia los muelles y embarcaderos. Muchos soldados turcos corrían sin rumbo, saqueando indiscriminadamente las iglesias y monasterios que hallaban a su paso. Dejaron de matar cuando se percataron que era más valioso tomar prisioneros para venderlos como esclavos en los mercados de Anatolia. El sultán, que les había prometido tres días de pillaje y saqueo antes del último asalto, pronto frenó el caos reinante. Mehmet pensó en hacer de Constantinopla la capital de su imperio. Inmediatamente envió a sus jenízaros a detener la marcha de los desenfrenados soldados de línea y de los bashi-bazouks. Pero ya era demasiado tarde. Todas las grandes basílicas, los palacios, los monumentos, las estatuas y los monasterios habían sido despojados de sus tesoros, ornamentos, cálices y relicarios. De las arcaicas iglesias de los Santos Apóstoles, Santos Sergio y Baco, San Teodoro, Santa Irene y Santa Eufemia, no quedaban más que paredes vacías y púlpitos desordenados. La misma suerte corrieron los famosos monasterios de Myrelaion, Jesucristo Pantócrator, San Juan Bautista de Trullo, Theotokos Pammakaristos, San Juan de Studius, San Jorge de Mangana y Jesucristo Pentepoptes.




Los desdichados griegos que habían quedado a la buena de Dios en la vieja capital bizantina, fueron arreados como ganado y agrupados en los lugares que los visires y altos dignatarios otomanos habían escogido como nuevas residencias. Entre ellos marchaba a latigazos, el teólogo bizantino Jorge Scolarios (o Genadio II), que bajo el reinado del emperador Juan VIII, había llegado a ocupar el cargo de secretario y predicador de palacio. Los siguientes tres meses los pasaría como esclavo en la ciudad de Adrinópolis.

La conquista de la antigua Bizancio le valió a Mehmet II el mote de “Fatih”, que significa Conquistador. Y realmente lo fue, uno de los más grandes de la historia de la humanidad. En sus casi doce siglos, la ciudad nunca había sido tomada por asalto, excepto por la cuarta cruzada, cuyas tropas en vez de proteger la ciudad, la tomaron de forma traicionera. Pero Mehmet, fue un gran conocedor de la historia, la estudiaba sin descanso. En su período de instrucción en Manisa, aprendió que la sola conquista no garantizaba la gobernabilidad de los territorios sometidos. Había que tomar decisiones, y rápido.

El Imperio Bizantino siempre había sido una obsesión para el sultán, lo mismo que la idea de imitar a los emperadores romanos. Cuando decidió el arresto y la posterior ejecución de Candarli Halil, el gran visir de Murat II que había saboteado su campaña desde el comienzo, empezó a vislumbrarse en su figura de sultán, la autocracia de los viejos basileus.

En septiembre de 1453, Mehmet II empezó a levantar a Constantinopla de las cenizas. La ciudad estaba casi deshabitada desde mayo, así que hubo que traer a grupos de musulmanes y cristianos del Asia Menor y de los Balcanes y establecerlos en los barrios abandonados. También alentó el regreso de los griegos y genoveses, para ocupar el cuarto comercial de Gálata y Pera, pero en este caso, el sultán debió darles garantías de seguridad. Mientras tanto, la gran catedral de Santa Sofía fue transformada en mezquita, recibiendo de Mehmet un subsidio anual de 14.000 ducados de oro para mantenimiento y servicios.

La suerte corrida por la iglesia de Justiniano horrorizó a los griegos ortodoxos, que poco antes de la caída de Constantinopla, también se habían quedado sin patriarca. A fin de congraciarse con ellos, Mehmet hizo reunir al clero bizantino para que eligieran uno nuevo, y de la asamblea surgió el nombre de un antiguo secretario del emperador Juan VIII, llamado Jorge Scolarios. Pero Jorge no aparecía por ningún lado, hasta que alguien se acordó que había sido llevado, engrillado, a Adrinópolis. Mehmet ordenó que regresara con todos los honores y luego de ser ordenado diácono, presbítero y obispo, el brillante teólogo fue investido patriarca, cargo que desempeñó con el nombre de Genadio II entre 1453 y 1465). Para la misma época, en consonancia con su política de tolerancia religiosa, Mehmet también hacía designar a un gran rabino y a un patriarca armenio.



Pero la piedra fundamental del resurgimiento de Constantinopla fue el emplazamiento de numerosas instituciones musulmanas e instalaciones comerciales en los principales barrios. A partir de este núcleo, la urbe se desarrollaría rápidamente y en un breve lapso de tiempo, 50 años, volvió a ser la ciudad más populosa de Europa. Se la conocería desde entonces como Estambul, una deformación de las palabras griegas “eis tin polin”, que quiere decir “en la ciudad”.

Aunque la noticia no fue inesperada, el Occidente cristiano recibió con amargura la conquista de Constantinopla. Lo que quedaba del Imperio Romano había desaparecido para siempre.

El mundo musulmán, muy por el contrario, celebró la conquista como su mayor y más importante victoria. El prestigio de Mehmet II creció hasta el punto de opacar a los poderes rivales de Egipto, Teke, Karaman y Erzincan. El sultán comenzó a ser considerado como “el heredero de los césares romanos” y el campeón del Islam en la guerra santa contra los infieles. Se autoproclamó “Kaiser-i Rum”, es decir, emperador romano y señor de las dos tierras y de los dos mares, en alusión a Anatolia y los Balcanes, por un lado, y al Egeo y el Mar Negro por el otro.

Luego de trasladar la capital de su creciente imperio de Adrinópolis a Constantinopla, Mehmet centró su atención en Serbia. El líder serbio, Jorge Brancovic (1427-1456), aunque había dado la mano de su hija al sultán Murat, también se había protegido de él, aliándose a Hungría y edificando una gran fortaleza en Smederevo, a orillas del Danubio. Sin embargo, las fuerzas de Mehmet fueron derrotadas ante las murallas de Belgrado por el brillante general húngaro Juan Hunyadi, pero tres años después, el sultán volvió y asestó a los serbios el golpe de gracia conquistando Smederevo en junio de 1459.

Al sur, entretanto, las tropas otomanas parecían imparables. Luego de penetrar en Tesalia, acabaron con el Ducado de Atenas en 1456 y de allí llegaron hasta el Despotado de Morea, que tan obstinadamente se habían disputado entre sí los hermanos del último emperador bizantino Constantino XI. Tomás huyó a Italia y Demetrio, acérrimo enemigo de los latinos católicos, se estableció en la Corte del sultán. Con su partida, en 1460, desapareció el último vestigio de soberanía bizantina en Grecia.

Al año siguiente, Mehmet II, con la mayor parte de los Balcanes en su poder, se internó de nuevo en Anatolia y, avanzando al frente de una fuerza compuesta por unos 60.000 jinetes, 80.000 infantes y 300 barcos de guerra, fue sometiendo uno a uno a los emires de la región. Sínope fue conquistada y la confederación de los turcomanos del Carnero Blanco fue duramente derrotada.

A principios de octubre el ejército otomano y una armada de varios cientos de navíos, se presentaron ante Trebizonda, morada de los emperadores Comneno desde los días de la cuarta cruzada. El asedio se prolongó durante 21 agotadores días, hasta que finalmente el basileus David, a través de un emisario, arregló la rendición de su capital. Mehmet le permitió retirarse con sus bienes e instalarse en el territorio de Serrés. En 1463 David se encontró en Adrinópolis con Demetrio Paleólogo, el desposeído Déspota de Morea, lo cual fue interpretado como una conspiración por el sultán, que ordenó inmediatamente su ejecución y la de siete de sus ocho hijos.

Con el colapso del Imperio de Trebizonda, Asia Menor cayó definitivamente en manos del Islam, el Mar Negro se convirtió en un lago musulmán, otomano en realidad, el helenismo debió recluirse en las sombras y los cristianos de Asia no tuvieron más remedio que sentarse a esperar el retorno de los gloriosos años de antaño, una espera que apenas tuvo un atisbo de finalización, con la independencia de la Grecia moderna.

Después de la conquista de Trebizonda, Mehmet se dedicó a someter los emiratos rivales del sur de Asia Menor, Teke y Karaman, mientras parte de sus fuerzas eliminaban la última resistencia en los Balcanes, encabezada en Albania por Jorge Castriota en 1468. El 11/08/1473, en la batalla de Bashkent, cerca de Erzincan, el ejército otomano derrotó a Uzun Hasan, el líder de los turcomanos de Akkoyunlus. La impresionante carrera de éxitos de Mehmet siguió con las colonias genovesas de Karadenis (Mar Negro) y la isla de Eubea, que arrebató a Venecia. En 1479, habiendo cumplido los cuarenta y cinco años, el inquieto sultán se lanzó contra la isla de Rodas, que fue defendida brillantemente por los caballeros de San Juan. Al año siguiente pasó de Albania a Italia, donde la ciudad de Otranto padeció una tremenda devastación. Fue la última acción de envergadura realizada por Mehmet: el sultán murió (algunos dicen de gota, otros, envenenado) mientras preparaba una nueva campaña en Anatolia, el 3/05/1481.

Mehmet no fue solo un conquistador, su pasión por el arte se reflejó en su amor por la poesía, su devoción en los versículos del Corán y sus magníficas mezquitas lo hizo imitar arquitectónicamente construcciones imponentes, emulando a los grandes palacios bizantinos. Así fue que construyó el palacio de Topkapi, cuya construcción se inició para la época de la batalla de Bashkent. La tolerancia religiosa del sultán quedó de manifiesto cuando en tres ocasiones visitó al patriarca de Constantinopla, Genadio II, con el fin de informarse de la religión de los cristianos. Sus relaciones con las repúblicas mercantiles de Italia no fueron de las mejores, pero especialmente con Venecia mantuvo contactos culturales que llegaron a su punto culminante con la visita de Matteo di Pasti y Constanzio da Ferrara, quienes trabajaron en el palacio imperial de Estambul, entre 1478 y 1481. En 1479, el dux veneciano Giovanni Mocenigo (1478-1485) le envió a Gentile Bellini, el más prestigioso pintor de la época, que inmortalizó a Mehmet en un cuadro que se conserva actualmente en la Galería Nacional de Londres, aunque se duda de la autenticidad de la obra. Gentile Bellini también se encargó del diseño de las decoraciones y de los frescos en los muros del palacio de Mehmet. Al mismo tiempo, Sinan Bey, que era el jefe de los decoradores otomanos, fue enviado a Venecia, donde estudió a la sombra de Matrosis Pavli y Pavli de Damion. Toda la corriente de artistas extranjeros que arribó a Constantinopla en tiempos de Mehmet II dejó una huella profunda entre los artistas locales.




En el campo del derecho, Mehmet también paseó su liderazgo, al concentrar en un solo código la ley criminal y todas las materias relacionadas con la misma. Su obra sirvió posteriormente como núcleo de las siguientes legislaciones. La palabra del sultán era ley y el mismo Mehmet se ocupaba personalmente de que fuera cumplida con un rigor extremo. Tanta fue la influencia que ejerció sobre él el mundo romano, que hasta los límites de su Imperio casi coincidieron en un momento dado con los del Imperio Bizantino.



Además de guerrero, poeta y patrono de las artes, el conquistador de Constantinopla fue también un acérrimo aficionado de la jardinería. Tenía una especial predilección por las rosas, a punto tal que, en uno de los retratos con que se le conoce, aparece con una de ellas en sus manos.





Teología, filosofía y religión se contaron asimismo entre las obsesiones del sultán, que siempre se interesaba por los trabajos de los sabios bizantinos, fueran estos contemporáneos o no. Su Corte se ocupó en este sentido de hacer traducir algunas de las obras o tratados de teólogos de la talla de Georgios Gemistos Plethon, Georgios Amirutzes, Jorge de Trebizonda, Miguel Critoboulos de Imbros y Jorge Scolarios. Pero siempre los traductores se encontraron con que bajo una sutil apariencia “aristotélica”, se escondía un más racional instrumento de enseñanza del dogma cristiano (a Jorge de Trebizonda se le imputa la ocurrencia de tratar de convertir al sultán al Cristianismo, en su deseo de reinstaurar el “Reino Universal” (fe, iglesia e imperio) como ocurrió en los tiempos de Constantino “el Grande”, a través de la figura ascendente de Mehmet II.




La tolerancia religiosa de Mehmet II puede apreciarse leyendo su“Ahdnama” o juramento, en donde declara: “Yo, el sultán Mehmet informo a todo el mundo que a aquellos a quienes se da el beneficio de este edicto imperial, los franciscanos bosnios, han caído en la gracia de mi Dios, por lo que ordeno: No molestar ni incomodar a los mencionados ni a sus iglesias. Dejarlos habitar en paz en mi imperio. Permitirles retornar y establecerse sin temor en sus monasterios, en todos los países de mi Imperio. Ni mis altos dignatarios, ni mis visires o empleados, ni siquiera mis sirvientes y aún tampoco los ciudadanos de mi imperio, deberán insultarles o molestarles. No dejar que nadie ataque, insulte o haga daño tanto a sus vidas como a las propiedades de sus iglesias, aún cuando traigan a alguien del exterior. Ellos tienen permitido eso.

En consecuencia, teniendo por la gracia estatuido el presente edicto, yo tomo mi gran juramento o declaración.

En el nombre del creador de la Tierra y del Cielo, el único que alimenta a las criaturas y en el nombre de los siete Mustafas y de nuestro Gran Mensajero, nadie debe contradecir lo que ha sido escrito, mientras ellos sean obedientes y respetuosos a mis órdenes.

Mehmet, hijo del sultán Murat siempre victorioso.

Esta “Ahdnama”, que trajo tolerancia y autonomía a las naciones conquistadas, fue decretada en un primer momento después de la conquista de Bosnia Herzegovina, el 28/05/1463, para beneficiar a la iglesia católica franciscana de Foznica. Se trata de la primera declaración de derechos humanos de la historia, que fue instaurada 326 años antes de la Revolución Francesa de 1789 y 485 años antes de la Declaración Internacional de Derechos humanos de 1948.

Mehmet II, no destruyó Constantinopla, transformó a un Estado que llevaba más de mil años y que estaba en decadencia, La hizo renacer desde las cenizas y la convirtió de nuevo en la capital de un imperio que duraría 469 años. Para el Islam, Mehmet II fue uno de sus mayores “campeones”, solo comparable a Salah ed-Din Yusuf (Saladino) y el sultán Suleyman II. Si bien el Estado que encontró al ascender al Trono tras la muerte de Murat II era un imperio consolidado, él lo convirtió en una potencia de primera línea. Con sus sucesores, el Imperio Otomano llegaría a constituirse en el azote de la cristiandad, no ya en las remotas tierras de Anatolia o Palestina, ni aún en los más cercanos Balcanes, sino en las mismísimas puertas de Viena, en el corazón de Europa.



Fue uno de los hombres más brillantes de la historia de la humanidad que sin embargo tuvo un obstáculo impensado en su camino llamado Vlad III...pero esa es otra historia.