domingo, 16 de mayo de 2021

La conquista de Constantinopla

 

Fatih Mehmet II, el hombre que conquistó el paso entre dos mundos”






El 6 de abril de 1453, avanzó el más temido de los ejércitos de la época al compás de redoblantes, tambores y trompetas que asustaron al mismísimo Dios. Al frente de esos hombres invendibles estaba el sultán Mehmet II, quién se presentó ante las murallas de Constantinopla y acampó frente a la puerta de San Romano.



En primera instancia el sultán envió al ataque a los bashi-bazouks (mercenarios albaneses y kurdos) y a parte de las fuerzas regulares turcas. Los defensores bizantinos repelieron varias de estas primeras incursiones.. Pero Mehmet estaba decidido, y la prueba de su firmeza la dio cuando en un golpe de efecto tremendo para los sitiados, transportó por tierra, sobre plataformas rodantes, a unos setenta barcos de su flamante flota para acometer las defensas del Cuerno de Oro, hasta entonces cerradas desde el mar por una gruesa cadena.




El 23 de mayo en la tienda de campaña del sultán se decidió la fecha del asalto general: el ataque a gran escala tendría lugar el martes 29 de mayo, al amanecer. Sin pérdida de tiempo, los soldados turcos se pusieron a blandir sus escudos, mientras los grandes cañones otomanos seguían destrozando las enormes murallas de Constantinopla, derribando grandes trozos de mampostería.




Cuando llegó el día señalado, los redoblantes, tambores y trompetas hicieron estallar lo que que quedaba del mundo antiguo. Unos 100.000 bashi-bazouks arremetieron contra las fortificaciones pero fueron destrozados por el fuego griego. El segundo asalto, realizado con tropas de línea, tampoco pudo hacer pie en lo alto de las almenas. Cuando Mehmet mandó a los jenízaros, las tropas del élite otomanas, en la tercera oleada, las defensas bizantinas flaquearon, titubearon y finalmente se desmoronaron. En quince minutos, unos 30.000 turcos penetraron en la gran ciudad cristiana y empezaron a masacrar a hombres, niños y mujeres sin distinción.




Por la tarde, después de 53 días de sangrienta lucha, Mehmet hizo su entrada triunfal, vitoreado frenéticamente por sus soldados. En el camino de Santa Sofía hacia el palacio imperial, preguntó con insistencia por Constantino XI, el último emperador de la invencible ciudad. Dos hombres le mostraron una cabeza que algunos griegos habían identificado como la del emperador, pero nunca pudo comprobarse que fuera la del monarca, quién había desaparecido combatiendo heroicamente contra los jenízaros. Ya en el palacio, caminando por las desoladas salas, recitó algunos versos de un poema persa que decía: “La araña ha tejido su tela en el palacio imperial y el búho ha cantado su canción de vigilia en las torres de Afrasiab”.




Finalizada la gran batalla, Constantinopla había quedado devastada. Los cuerpos de los combatientes muertos yacían regados por todas las calles, apiñados o dispersos.. La sangre había formado verdaderos lagos y en las partes bajas de la ciudad, se escurría zigzagueando entre la inmundicia y los cadáveres hacia los muelles y embarcaderos. Muchos soldados turcos corrían sin rumbo, saqueando indiscriminadamente las iglesias y monasterios que hallaban a su paso. Dejaron de matar cuando se percataron que era más valioso tomar prisioneros para venderlos como esclavos en los mercados de Anatolia. El sultán, que les había prometido tres días de pillaje y saqueo antes del último asalto, pronto frenó el caos reinante. Mehmet pensó en hacer de Constantinopla la capital de su imperio. Inmediatamente envió a sus jenízaros a detener la marcha de los desenfrenados soldados de línea y de los bashi-bazouks. Pero ya era demasiado tarde. Todas las grandes basílicas, los palacios, los monumentos, las estatuas y los monasterios habían sido despojados de sus tesoros, ornamentos, cálices y relicarios. De las arcaicas iglesias de los Santos Apóstoles, Santos Sergio y Baco, San Teodoro, Santa Irene y Santa Eufemia, no quedaban más que paredes vacías y púlpitos desordenados. La misma suerte corrieron los famosos monasterios de Myrelaion, Jesucristo Pantócrator, San Juan Bautista de Trullo, Theotokos Pammakaristos, San Juan de Studius, San Jorge de Mangana y Jesucristo Pentepoptes.




Los desdichados griegos que habían quedado a la buena de Dios en la vieja capital bizantina, fueron arreados como ganado y agrupados en los lugares que los visires y altos dignatarios otomanos habían escogido como nuevas residencias. Entre ellos marchaba a latigazos, el teólogo bizantino Jorge Scolarios (o Genadio II), que bajo el reinado del emperador Juan VIII, había llegado a ocupar el cargo de secretario y predicador de palacio. Los siguientes tres meses los pasaría como esclavo en la ciudad de Adrinópolis.

La conquista de la antigua Bizancio le valió a Mehmet II el mote de “Fatih”, que significa Conquistador. Y realmente lo fue, uno de los más grandes de la historia de la humanidad. En sus casi doce siglos, la ciudad nunca había sido tomada por asalto, excepto por la cuarta cruzada, cuyas tropas en vez de proteger la ciudad, la tomaron de forma traicionera. Pero Mehmet, fue un gran conocedor de la historia, la estudiaba sin descanso. En su período de instrucción en Manisa, aprendió que la sola conquista no garantizaba la gobernabilidad de los territorios sometidos. Había que tomar decisiones, y rápido.

El Imperio Bizantino siempre había sido una obsesión para el sultán, lo mismo que la idea de imitar a los emperadores romanos. Cuando decidió el arresto y la posterior ejecución de Candarli Halil, el gran visir de Murat II que había saboteado su campaña desde el comienzo, empezó a vislumbrarse en su figura de sultán, la autocracia de los viejos basileus.

En septiembre de 1453, Mehmet II empezó a levantar a Constantinopla de las cenizas. La ciudad estaba casi deshabitada desde mayo, así que hubo que traer a grupos de musulmanes y cristianos del Asia Menor y de los Balcanes y establecerlos en los barrios abandonados. También alentó el regreso de los griegos y genoveses, para ocupar el cuarto comercial de Gálata y Pera, pero en este caso, el sultán debió darles garantías de seguridad. Mientras tanto, la gran catedral de Santa Sofía fue transformada en mezquita, recibiendo de Mehmet un subsidio anual de 14.000 ducados de oro para mantenimiento y servicios.

La suerte corrida por la iglesia de Justiniano horrorizó a los griegos ortodoxos, que poco antes de la caída de Constantinopla, también se habían quedado sin patriarca. A fin de congraciarse con ellos, Mehmet hizo reunir al clero bizantino para que eligieran uno nuevo, y de la asamblea surgió el nombre de un antiguo secretario del emperador Juan VIII, llamado Jorge Scolarios. Pero Jorge no aparecía por ningún lado, hasta que alguien se acordó que había sido llevado, engrillado, a Adrinópolis. Mehmet ordenó que regresara con todos los honores y luego de ser ordenado diácono, presbítero y obispo, el brillante teólogo fue investido patriarca, cargo que desempeñó con el nombre de Genadio II entre 1453 y 1465). Para la misma época, en consonancia con su política de tolerancia religiosa, Mehmet también hacía designar a un gran rabino y a un patriarca armenio.



Pero la piedra fundamental del resurgimiento de Constantinopla fue el emplazamiento de numerosas instituciones musulmanas e instalaciones comerciales en los principales barrios. A partir de este núcleo, la urbe se desarrollaría rápidamente y en un breve lapso de tiempo, 50 años, volvió a ser la ciudad más populosa de Europa. Se la conocería desde entonces como Estambul, una deformación de las palabras griegas “eis tin polin”, que quiere decir “en la ciudad”.

Aunque la noticia no fue inesperada, el Occidente cristiano recibió con amargura la conquista de Constantinopla. Lo que quedaba del Imperio Romano había desaparecido para siempre.

El mundo musulmán, muy por el contrario, celebró la conquista como su mayor y más importante victoria. El prestigio de Mehmet II creció hasta el punto de opacar a los poderes rivales de Egipto, Teke, Karaman y Erzincan. El sultán comenzó a ser considerado como “el heredero de los césares romanos” y el campeón del Islam en la guerra santa contra los infieles. Se autoproclamó “Kaiser-i Rum”, es decir, emperador romano y señor de las dos tierras y de los dos mares, en alusión a Anatolia y los Balcanes, por un lado, y al Egeo y el Mar Negro por el otro.

Luego de trasladar la capital de su creciente imperio de Adrinópolis a Constantinopla, Mehmet centró su atención en Serbia. El líder serbio, Jorge Brancovic (1427-1456), aunque había dado la mano de su hija al sultán Murat, también se había protegido de él, aliándose a Hungría y edificando una gran fortaleza en Smederevo, a orillas del Danubio. Sin embargo, las fuerzas de Mehmet fueron derrotadas ante las murallas de Belgrado por el brillante general húngaro Juan Hunyadi, pero tres años después, el sultán volvió y asestó a los serbios el golpe de gracia conquistando Smederevo en junio de 1459.

Al sur, entretanto, las tropas otomanas parecían imparables. Luego de penetrar en Tesalia, acabaron con el Ducado de Atenas en 1456 y de allí llegaron hasta el Despotado de Morea, que tan obstinadamente se habían disputado entre sí los hermanos del último emperador bizantino Constantino XI. Tomás huyó a Italia y Demetrio, acérrimo enemigo de los latinos católicos, se estableció en la Corte del sultán. Con su partida, en 1460, desapareció el último vestigio de soberanía bizantina en Grecia.

Al año siguiente, Mehmet II, con la mayor parte de los Balcanes en su poder, se internó de nuevo en Anatolia y, avanzando al frente de una fuerza compuesta por unos 60.000 jinetes, 80.000 infantes y 300 barcos de guerra, fue sometiendo uno a uno a los emires de la región. Sínope fue conquistada y la confederación de los turcomanos del Carnero Blanco fue duramente derrotada.

A principios de octubre el ejército otomano y una armada de varios cientos de navíos, se presentaron ante Trebizonda, morada de los emperadores Comneno desde los días de la cuarta cruzada. El asedio se prolongó durante 21 agotadores días, hasta que finalmente el basileus David, a través de un emisario, arregló la rendición de su capital. Mehmet le permitió retirarse con sus bienes e instalarse en el territorio de Serrés. En 1463 David se encontró en Adrinópolis con Demetrio Paleólogo, el desposeído Déspota de Morea, lo cual fue interpretado como una conspiración por el sultán, que ordenó inmediatamente su ejecución y la de siete de sus ocho hijos.

Con el colapso del Imperio de Trebizonda, Asia Menor cayó definitivamente en manos del Islam, el Mar Negro se convirtió en un lago musulmán, otomano en realidad, el helenismo debió recluirse en las sombras y los cristianos de Asia no tuvieron más remedio que sentarse a esperar el retorno de los gloriosos años de antaño, una espera que apenas tuvo un atisbo de finalización, con la independencia de la Grecia moderna.

Después de la conquista de Trebizonda, Mehmet se dedicó a someter los emiratos rivales del sur de Asia Menor, Teke y Karaman, mientras parte de sus fuerzas eliminaban la última resistencia en los Balcanes, encabezada en Albania por Jorge Castriota en 1468. El 11/08/1473, en la batalla de Bashkent, cerca de Erzincan, el ejército otomano derrotó a Uzun Hasan, el líder de los turcomanos de Akkoyunlus. La impresionante carrera de éxitos de Mehmet siguió con las colonias genovesas de Karadenis (Mar Negro) y la isla de Eubea, que arrebató a Venecia. En 1479, habiendo cumplido los cuarenta y cinco años, el inquieto sultán se lanzó contra la isla de Rodas, que fue defendida brillantemente por los caballeros de San Juan. Al año siguiente pasó de Albania a Italia, donde la ciudad de Otranto padeció una tremenda devastación. Fue la última acción de envergadura realizada por Mehmet: el sultán murió (algunos dicen de gota, otros, envenenado) mientras preparaba una nueva campaña en Anatolia, el 3/05/1481.

Mehmet no fue solo un conquistador, su pasión por el arte se reflejó en su amor por la poesía, su devoción en los versículos del Corán y sus magníficas mezquitas lo hizo imitar arquitectónicamente construcciones imponentes, emulando a los grandes palacios bizantinos. Así fue que construyó el palacio de Topkapi, cuya construcción se inició para la época de la batalla de Bashkent. La tolerancia religiosa del sultán quedó de manifiesto cuando en tres ocasiones visitó al patriarca de Constantinopla, Genadio II, con el fin de informarse de la religión de los cristianos. Sus relaciones con las repúblicas mercantiles de Italia no fueron de las mejores, pero especialmente con Venecia mantuvo contactos culturales que llegaron a su punto culminante con la visita de Matteo di Pasti y Constanzio da Ferrara, quienes trabajaron en el palacio imperial de Estambul, entre 1478 y 1481. En 1479, el dux veneciano Giovanni Mocenigo (1478-1485) le envió a Gentile Bellini, el más prestigioso pintor de la época, que inmortalizó a Mehmet en un cuadro que se conserva actualmente en la Galería Nacional de Londres, aunque se duda de la autenticidad de la obra. Gentile Bellini también se encargó del diseño de las decoraciones y de los frescos en los muros del palacio de Mehmet. Al mismo tiempo, Sinan Bey, que era el jefe de los decoradores otomanos, fue enviado a Venecia, donde estudió a la sombra de Matrosis Pavli y Pavli de Damion. Toda la corriente de artistas extranjeros que arribó a Constantinopla en tiempos de Mehmet II dejó una huella profunda entre los artistas locales.




En el campo del derecho, Mehmet también paseó su liderazgo, al concentrar en un solo código la ley criminal y todas las materias relacionadas con la misma. Su obra sirvió posteriormente como núcleo de las siguientes legislaciones. La palabra del sultán era ley y el mismo Mehmet se ocupaba personalmente de que fuera cumplida con un rigor extremo. Tanta fue la influencia que ejerció sobre él el mundo romano, que hasta los límites de su Imperio casi coincidieron en un momento dado con los del Imperio Bizantino.



Además de guerrero, poeta y patrono de las artes, el conquistador de Constantinopla fue también un acérrimo aficionado de la jardinería. Tenía una especial predilección por las rosas, a punto tal que, en uno de los retratos con que se le conoce, aparece con una de ellas en sus manos.





Teología, filosofía y religión se contaron asimismo entre las obsesiones del sultán, que siempre se interesaba por los trabajos de los sabios bizantinos, fueran estos contemporáneos o no. Su Corte se ocupó en este sentido de hacer traducir algunas de las obras o tratados de teólogos de la talla de Georgios Gemistos Plethon, Georgios Amirutzes, Jorge de Trebizonda, Miguel Critoboulos de Imbros y Jorge Scolarios. Pero siempre los traductores se encontraron con que bajo una sutil apariencia “aristotélica”, se escondía un más racional instrumento de enseñanza del dogma cristiano (a Jorge de Trebizonda se le imputa la ocurrencia de tratar de convertir al sultán al Cristianismo, en su deseo de reinstaurar el “Reino Universal” (fe, iglesia e imperio) como ocurrió en los tiempos de Constantino “el Grande”, a través de la figura ascendente de Mehmet II.




La tolerancia religiosa de Mehmet II puede apreciarse leyendo su“Ahdnama” o juramento, en donde declara: “Yo, el sultán Mehmet informo a todo el mundo que a aquellos a quienes se da el beneficio de este edicto imperial, los franciscanos bosnios, han caído en la gracia de mi Dios, por lo que ordeno: No molestar ni incomodar a los mencionados ni a sus iglesias. Dejarlos habitar en paz en mi imperio. Permitirles retornar y establecerse sin temor en sus monasterios, en todos los países de mi Imperio. Ni mis altos dignatarios, ni mis visires o empleados, ni siquiera mis sirvientes y aún tampoco los ciudadanos de mi imperio, deberán insultarles o molestarles. No dejar que nadie ataque, insulte o haga daño tanto a sus vidas como a las propiedades de sus iglesias, aún cuando traigan a alguien del exterior. Ellos tienen permitido eso.

En consecuencia, teniendo por la gracia estatuido el presente edicto, yo tomo mi gran juramento o declaración.

En el nombre del creador de la Tierra y del Cielo, el único que alimenta a las criaturas y en el nombre de los siete Mustafas y de nuestro Gran Mensajero, nadie debe contradecir lo que ha sido escrito, mientras ellos sean obedientes y respetuosos a mis órdenes.

Mehmet, hijo del sultán Murat siempre victorioso.

Esta “Ahdnama”, que trajo tolerancia y autonomía a las naciones conquistadas, fue decretada en un primer momento después de la conquista de Bosnia Herzegovina, el 28/05/1463, para beneficiar a la iglesia católica franciscana de Foznica. Se trata de la primera declaración de derechos humanos de la historia, que fue instaurada 326 años antes de la Revolución Francesa de 1789 y 485 años antes de la Declaración Internacional de Derechos humanos de 1948.

Mehmet II, no destruyó Constantinopla, transformó a un Estado que llevaba más de mil años y que estaba en decadencia, La hizo renacer desde las cenizas y la convirtió de nuevo en la capital de un imperio que duraría 469 años. Para el Islam, Mehmet II fue uno de sus mayores “campeones”, solo comparable a Salah ed-Din Yusuf (Saladino) y el sultán Suleyman II. Si bien el Estado que encontró al ascender al Trono tras la muerte de Murat II era un imperio consolidado, él lo convirtió en una potencia de primera línea. Con sus sucesores, el Imperio Otomano llegaría a constituirse en el azote de la cristiandad, no ya en las remotas tierras de Anatolia o Palestina, ni aún en los más cercanos Balcanes, sino en las mismísimas puertas de Viena, en el corazón de Europa.



Fue uno de los hombres más brillantes de la historia de la humanidad que sin embargo tuvo un obstáculo impensado en su camino llamado Vlad III...pero esa es otra historia.






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