domingo, 18 de abril de 2021

La historia de la prepotencia porteña

 

La Revolución de 1880 y la federalización de Buenos Aires”



La muerte de Alsina en diciembre de 1877 le dio al mitrismo el poder de influir en la sucesión presidencial, que enfrentó a Carlos Tejedor con Julio Argentino Roca. Las fuerzas porteñas postularán la candidatura de Carlos Tejedor (gobernador de Buenos Aires), que apoyado por Mitre definió su programa separatista al declarar que el Presidente de la República era una especie de “huésped” en Buenos Aires. Tejedor creía que la Constitución era un simple pacto, según su criterio las provincias tenían el derecho a organizar sus propias fuerzas militares y ejercer la policía marítima. Sin lugar a dudas Tejedor buscaba reafirmar la supremacía porteña, como venía ocurriendo desde el principio mismo de nuestra historia. De hecho se burló de la frase de Avellaneda que decía: “Nada hay dentro de la Nación superior a la Nación misma”.



Tejedor se convirtió en el símbolo del separatismo porteño. Ignorando a la propia Constitución, la legislatura bonaerense votó por destinar $50 millones para comprar armas. Tejedor hizo desfilar y practicar tiro a los soldados de Buenos Aires disfrazados de bomberos. El mitrismo rodeó al gobernador rebelde y lo hizo su candidato, junto con un sector de los autonomistas reclutó hombres entre los ganaderos y terratenientes.

La prensa porteña asumió un tono subversivo y instigó abiertamente a defender la ciudad contra la “intromisión provinciana”. El propio presidente Avellaneda fue humillado en la ciudad capital y fue desconocida su autoridad en los hechos más nimios. Cuando el Presidente de la República se dispuso una noche a entrar en un teatro, un agente de policía de la provincia le impidió la entrada. Tejedor premió al día siguiente a dicho agente. Los diputados provinciales del Congreso Nacional estuvieron amedrentados por la arrogancia porteña. Un grupo de legisladores cordobeses que llegó del interior a Retiro, fue recibido por una lluvia de “porotos y harina” que fueron arrojados por algunos niños pertenecientes a las familias prominentes de la ciudad.



El mitrismo había organizado la rebelión porteña contra el gobierno de Avellaneda mediante el establecimiento del “Tiro Nacional”, a efectos de preparar a los jóvenes de la aristocracia porteña en el manejo de las armas y demostrar que eran capaces de enfrentar a toda la Nación.

Las grandes fortunas de las familias de la clase terrateniente y comercial se pusieron a disposición de la causa porteña: Los Casares, los Bullrich, los Cantilo, los Argerich, los Estévez Seguí y los Ramos Mejía, entre otras.

La arrogante y ombliguista ciudad portuaria creía ciegamente en su "derecho divino" para disponer en su propio goce de la renta nacional.

Al mismo tiempo Mitre y Tejedor alentaron en las provincias rebeliones locales para fortificar sus posiciones. Las armas circularon por todo el país. En ese momento entró en escena la figura de Roca, quién fijó su cuartel político general en la provincia de Córdoba,



No había lugar para la negociación y la cuestión de la capital no pudo postergarse ni resolverse por vía pacífica. Los porteños querían la guerra y poner a la Nación de rodillas para convertirse ellos en la Nación.

Los regimientos de rifleros de Tejedor ocuparon el propio Congreso Nacional. A varios diputados del interior se los corrió a latigazos, a otros, autonomistas porteños que apoyaron a Roca, se los acusó de traición a la ciudad que según algunos/as, aún sigue siendo “el centro del universo”.

Avellaneda estaba en un estado de total debilidad, sus frecuentes invocaciones a la paz y el diálogo fueron aprovechas por el mitrismo, que llevó a cabo una simulada maniobra “pacifista” destinada a llevar agua para la causa porteña con el pretexto de la “conciliación nacional”.

La guerra civil era inminente, los gobernadores del interior veían a Roca como jefe de la unidad nacional y a Tejedor como el defensor del separatismo porteño. Gran parte del ejército, en su mayoría gauchos, apoyó a Roca.

El 11/04/1880 se realizaron las elecciones nacionales. Doce provincias se pronunciaron por Roca. Buenos Aires y Corrientes, en manos del mitrismo, votaron por Tejedor. El triunfo contundente de Roca desató la ira porteña al más alto nivel. El mitrismo y Tejedor desconocieron el resultado de las urnas. Se hicieron colectas a fin de adquirir armas para el batallón de Rifleros Porteños. Los soldados porteños recorrieron los comercios pidiendo dinero para comprar armas y vestuario. Los diputados provinciales no podían salir a la calle sin ser agredidos de palabra y físicamente por los grupos de choque mitristas. La pólvora se empezó a oler como un anuncio de la tormenta de fuego que se desataría en breve.

Los porteños no estaban dispuestos a permitir la asunción del presidente electo, Julio Argentino Roca. La situación en Buenos Aires era un caos, los partidarios porteños de Roca se ocultaban, vacilaban, vivían al borde del pánico y el Presidente Avellaneda le habló a sus íntimos de su posible renuncia. Se emplearon toda clase de recursos contra Roca, entre otros, el de enviarle telegramas falsos a Córdoba firmados por sus amigos políticos pidiéndole su renuncia. La presión de toda la provincia sobre los partidos políticos fue brutal ante el peligro de perder el monopolio aduanero que la había enriquecido desde la Revolución de Mayo de 1810. Tejedor planeó la movilización de unos 50.000 hombres agrupados en 22 batallones de infantería y 53 regimientos de caballería. Ante su derrota electoral, el gobernador bonaerense le escribió a un amigo: "Los partidos liberales del interior no ven otra solución que la revolución anticipada. Mi consejo a todos, es ir a las armas, resistir con ellas, o antes de ellas, la fuerza con la fuerza; y si por esto resultase un sacudimiento general la culpa sería de los opresores". La prensa mitrista destrozó a Roca, al que acusó de “raquítico, enano y guaso”. Lo describió como a "un joven que andaba en los ranchos de Córdoba en mangas de camisa, vareando caballos y sacando para comer el cuchillo de la cintura”. Para los porteños era parte de la chusma, el símbolo de la barbarie, rodeado por caudillos de chiripá, con aro en la oreja y masticadores de tabaco. Si triunfaba, los indios abrirían con sus chuzas las cajas fuertes de los bancos de la ciudad". Su triunfo sería el triunfo de los “mulatitos” de las provincias. Los pasquines mitristras también describieron al Presidente Avellaneda como a “un miserable, infame y traidor”. Desde su nacimiento, el diario La Nación es la “tribuna de la doctrina” del centralismo porteño contra el país. El desenfreno editorial, en las horas decisivas, resulta muy útil para comprender al mitrismo: "Basta de presidentes provincianos; será un porteño o iremos a la guerra civil", decía en un editorial del mes de julio de 1880.



El 2 de junio, en horas de la madrugada, un batallón porteño se dirigió hacia la Boca para proteger un desembarco de armas procedente de Montevideo. Eran 5.000 fusiles Schneider y 500.000 cartuchos. El gobierno tuvo conocimiento de ese propósito y envió un batallón del 1º de línea para impedirlo. Tejedor movilizó más fuerzas porteñas, y con la policía y los bomberos de auxiliares, se dispuso a enfrentar las fuerzas nacionales. La pequeña fuerza de Avellaneda se retiró ante la superioridad numérica de los rebeldes porteños. Las armas fueron desembarcadas y conducidas a la Casa de Gobierno de la provincia.

Desafiada así la autoridad nacional, Avellaneda tomó la decisión de abandonar la capital e instaló su gobierno en el actual barrio de Belgrano. Dictó un decreto designando a ese municipio “capital provisoria de la República” y movilizó el Ejército Nacional. La última guerra civil de nuestra historia había comenzado.

Desde Rosario, Roca dirigió todas las operaciones militares de las fuerzas nacionales. Buenos Aires vivió por esos días un caos, los porteños estuvieron dispuestos a arrasar con cada centímetro del suelo patrio con tal de afianzar su dominio.

El diario porteño “La Patria Argentina” tituló en su edición extra del 2 de junio: “¡ A las armas! ¡Viva Buenos Aires!”. Tejedor declaró el estado de sitio en toda la provincia y creó el Ministerio de Milicias designando titular al general Gainza. El 19 de junio organizó la Legión Italiana. El gobierno nacional exiliado en Belgrano respondió declarando rebeldes a todos los ciudadanos que obedeciesen la orden de movilización de Tejedor.

El 22 se nombra a Mitre comandante en jefe de la Capital, único reducto del separatismo. Los combates se libraron en Barracas, Puente Alsina, Los Corrales y Plaza Constitución, casi en el centro de la Capital. En las acciones participaron por ambas partes 20.000 hombres, empleándose 80 piezas de artillería, la ciudad estaba cruzada por líneas de trincheras y barricadas.

Pero todo el país estaba resuelto a terminar para siempre con la soberbia portuaria, nunca podría lograrlo. Tejedor y Mitre estaban derrotados desde el primer disparo y eso se plasmó en el resultado de las acciones, más allá de la resistencia y ferocidad de algunos efectivos porteños. Se perdieron más de 3.000 vidas en los combates y los rebeldes porteños fueron derrotados. Las bases del armisticio estableció el desarme de Buenos Aires, la renuncia de Tejedor, la intervención federal en Corrientes y el estado de sitio en el Litoral.



El 24 de julio Avellaneda envió al Congreso un mensaje y un proyecto de ley declarando "Capital de la República al municipio de Buenos Aires". El huevo de la serpiente quedó depositado.

Quedó perfectamente evidenciado que la lucha por la candidatura de Roca estaba íntimamente vinculada a la organización del país. Roca, sin proponérselo se convirtió en el exponente de la corriente federal que siempre había resistido a la hegemonía porteña y ansiaba cobrarse la revancha de la traición de "Injusto" José en Pavón.

La discordia entre la Ciudad de Buenos Aires y el resto del país, incluida la Provincia de Buenos Aires, sobrevivió a los combates de 1880 y aún goza de muy buena salud.



La reforma de la Constitución Nacional de 1994 le otorgó a la eterna Ciudad separatista la autonomía. El Art. 129, establece la autonomía: “La ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades propias de legislación y jurisdicción, y su jefe de gobierno será elegido directamente por el pueblo de la ciudad. Una ley garantizará los intereses del Estado nacional, mientras la ciudad de Buenos Aires sea capital de la Nación”.



Después de 141 años la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sigue siendo el ombligo del mundo conocido como Argentina e intentando poner de rodillas al resto del país, la pandemia ha expuesto esta situación de forma grotesca. Eso quedó plasmado en esa frase, hoy mas vigente que nunca: “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”.



8 comentarios:

  1. Tano
    Soy Stuka, de tw.

    Excelente blog.
    Muy buenos artículos, atesorables realmente.

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  2. Esto viene desde siempre! Gracias por mostrar l historia que nadie cuenta! y ayuda para saber los porque de muchas cosas!

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  3. Excelente tanito¡¡¡¡ no conocía estos pormenores, más si sabía del eterno ombliguismo de la capital federal

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